martes, 9 de diciembre de 2008

El No-Lenguaje Fotográfico por César Holm.




De que callada manera se me acerca usted sonriendo…..
Nicolás Guillén

La Fotografía y su naturaleza

Silencio. ¿Escuchan? Oyen igual que yo ese ruido, ese gis que no deja de sonar cada vez que tocamos el tema. Muchas han sido las vueltas que los estudiosos han dado para caer en el mismo punto, sí… Pero no. También sé, que pudiera parecer atrevido o arriesgado plantear una ponencia negando la existencia de la misma.

Abrazo el tema como si atravesara por una crisis existencial, una crisis cíclica que trato de contagiar a mis alumnos cuando les llega la hora. El tema que hoy nos reúne, pudiera considerarse lugar común entre quienes al tomar una cámara fotográfica damos por hecho un tema que, en ocasiones, sólo suponemos.

Siempre he considerado paradójico este concepto de Lenguaje dentro de una disciplina que vive en el silencio.

Pienso que una de las referencias sobre la Naturaleza de la Fotografía obedece, en una primera instancia, al aparente silencio que reina sobre su bidimencionalidad y que, sin embargo, desde su mutis ha sabido establecerse como puente entre el hombre y sus ideas.

La Fotografía ha demostrado sus infinitas posibilidades. Su inmediatez, así como sus múltiples interpretaciones y la maleabilidad que puede ejercer el hombre sobre sus implicaciones, han sido sus principales atractivos; como todo medio de expresión cuenta con reglas y estructuras propias para trasmitir sus mensajes, es precisamente a esto a lo que se le llama LENGUAJE FOTOGRÁFICO.

El lenguaje

Hablar sobre Lenguaje es abrir la Caja de Pandora, por ser su naturaleza basta y sus terrenos de reflexión diversos, por lo tanto debemos delimitar nuestras acotaciones. El lenguaje es regularmente homologado con la lengua o el habla; en múltiples ocasiones es considerado sólo como una herramienta de comunicación; sin embargo, llegamos más allá cuando tomamos en cuenta una de sus funciones más relevantes y que justifica su intervención en el tema: el lenguaje como proceso de significación de las ideas.


El lenguaje permite materializar deseos, sueños y pensamientos. Llevarlos al terreno del lenguaje implica siempre una proyección del mensaje y con ello, pensar automáticamente en el otro, el que recibirá el mensaje.
Sobre sus hombros pesó durante mucho tiempo la responsabilidad de ser la cualidad que nos diferencia de otras especies, idea que se derrumbó al llegar a la conclusión de que otros seres vivos cuentan con lenguajes propios de su naturaleza, por ello no es de extrañar que el menú de posibilidades y el amplio campo de acción con que cuenta el lenguaje sea tan variado y disímil en algunos momentos.

El lenguaje, por su unión indisoluble con el pensamiento, permite que emerjan las estrategias de elaboración de mensajes, los contenidos y su entendimiento.

Esta comprensión es producto de un periodo prolífico en la historia del pensamiento contemporáneo y debemos el uso del concepto al estructuralismo europeo de los años 50´ : Ferdinand de Saussure y Lévi-Strauss con la CONCEPCIÓN ESTRUCTURALISTA DEL LENGUAJE.


En su planteamiento proponen al lenguaje como la estructura donde cada parte solo cobra sentido en relación con el todo y debe representarse en cualquier momento de su existencia como organización, como un sistema o bien, una estructura.

El estructuralismo europeo, eleva al lenguaje como modelo de estudio y aplicación a diversos fenómenos con base en las funciones operativas. Tomándolo como un modelo a seguir para el razonamiento de los fenómenos del hombre.

Dicha corriente tiene sus bemoles. La lingüística conjuntamente con la semiótica ajustarían ideas con los post-estructuralistas, al aclarar que no podemos relacionar todo fenómeno como un conjunto de signos similar al del lenguaje, Ni aplicar dicha estructura en el estudio de otras manifestaciones de la comunicación humana.

Y es aquí donde debemos determinar el nivel de influencia del modelo lingüístico sobre la teoría de la imagen, cuyos antecedentes pesan desde el origen del concepto de Fotografía,
En su nombre lleva la penitencia, Fotografía es una palabra compuesta, en el que el prefijo foto, es un índice de luz y grafía evoca lo escrito, si hacemos una revisión de orden semántico llegaremos a la contradicción que da origen a toda la percepción consecuente en torno a esta disciplina. De aquí podemos tomar para ejemplo, conceptos tales como, lectura de imagen, discurso fotográfico, alfabetización visual, entre otros.


Existe un punto en común entre la Fotografía y el lenguaje hablado o escrito, ambos se construyen bajo sistemas simbólicos, uno con la palabra como unidad y el otro con los elementos de la significación (imágenes dentro de la foto).

El concepto de lenguaje que pesa sobre la Fotografía me parece una seductora yuxtaposición que confirma su contrariedad natural pero que en este caso, se deja llevar por la inercia y precocidad de su desarrollo, la Fotografía no ha puesto resistencia ante este sobre nombre que intenta dar origen y descripción de su función en la vida del hombre, debido a que la palabra Lenguaje participa como una articulación que intenta etiquetar uno de los principios más elementales de la Fotografía: transmitir-comunicar.

Quizá debamos partir de algo más elemental para afirmar la idea de que la Fotografía tiene un Lenguaje, hagámoslo en algo más simple, pensando que la literatura haya su lenguaje en la palabra, o la lecto-escritura, La música en los sonidos y los silencios, la danza en el movimiento corporal y el espacio. Todas y cada una de estas disciplinas han tenido la tarea de construirse un |“lenguaje que les dé identidad y autonomía.” Por su puesto, dentro de la parcialidad de cada lenguaje, porque como afirma Joan Costa: “Ningún lenguaje es capaz de trasmitir un fenómeno en toda su plenitud y complejidad en forma integra”.

A medida que la Fotografía va ganando terreno en la definición de su lenguaje, y por ende en la especialización como disciplina y construcción de una expresión autónoma, también va cerrando filas al delimitar al público que comparte su naturaleza; esto es, pierde universalidad pero gana eficiencia en el terreno de la comunicación y así los lenguajes como el fotográfico, cinematográfico, hasta el de video, van definiéndose para construir un sistema propio.

Sobre este tema se han creado planteamientos tan complejos y abstractos, que los han convertido en algo distante de la praxis, conceptos difíciles de llevar al campo de acción, haciendo su aparición dentro de la misma Fotografia y no en la intención del fotógrafo, postergando su valoración hasta el encuentro con el teórico.

Esto no quiere decir que para descifrar un contenido sobre el lenguaje fotográfico debamos profesar como religiosos una esquematización semiótica. Es mejor definir que más que lenguaje fotográfico, se trata de establecer una interpretación de significantes.

Debemos prepararnos para las propuestas contemporáneas en las cuales no hay pureza de disciplinas artísticas y el desplazamiento del concepto requiere de plataformas interdisciplinarias, que nos llevará también a un entre-cruzamiento de lenguajes y construcciones discursivas cada vez más amplias que necesitarán herramientas de estudio cada vez más especializadas.

O lo que es lo mismo, bienvenidos a la Torre de Babel.


CIERRE.

Si tuviera que plantear una de las características que más me seducen de la Fotografía, tendría que remitirme a su silencio. a esa manera de estar y no estar a la vez, liviana, ligera como el papel y la luz. La Fotografía cuenta con un lenguaje?, sí… Pero un lenguaje propio y más que lenguaje, un código, ella habla y en ocasiones, grita fuerte dentro de mi cabeza, con mi voz, con mis palabras, madre de todas mis realidades y ficciones.
He llegado a pensar que todos los que estamos aquí somos meros traductores de un medio con límites insospechados.


9 de octubre del 2008.
Escuela Nacional de Artes Plásticas.
Ciudad de México.

viernes, 7 de noviembre de 2008

los ritos de rita.




esto es lo que va saliendo para exposición... va bien,,. no??

esto es del proyecto de paloma.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

en tiempos donde reina el fuego... por césar holm


cuando lo ocurrido en morelia... en medio del desconcierto... aparecieron los culpables... sin contexto, sin argumentos, sin motivos reales.. las explicaciones oficiales dejaron mucho que desear... para variar un poco en estos tiempos de desencanto.
ahora esto... el SECRETARIO DE GOBERNACIÓN... nada más y nada menos que la mano derecha del presidente... esto no les dice algo?... a que nivel de vulnerabilidad que vivimos?.. se imaginan lo que se invierte en seguridad para estos personajes???
2x1.
con la hipótesis de un accidente...
pregunta: ustedes creen que a esos niveles existen errores??
accidentes?
lo dejo en la mesa.
césar holm.

lunes, 20 de octubre de 2008

la felicidad condicionada


Felicidad condicionada

César Holm.

Recientemente la fotografía se ha transformado
en una diversión casi tan cultivada como
el sexo y el baile…
Sobre Fotografía.
Susan Sontag.

Antecedentes del retrato.

El retrato ha sido para la Fotografía, el terreno más fértil en términos de producción, eso se debe en gran medida a ese deseo de perpetuar nuestra imagen en un trozo de papel, que sea legado de memoria para futuras generaciones.

Me llega a la mente el texto de Fulchignoni “El complejo de la momia”, en el que aborda la naturaleza del retrato como algo que pretende vencer al tiempo, y aunque pueden ser infinitos los motivos que nos lleven a posar frente a la cámara, queda como pecado original el hedonismo: vernos y que nos vean para siempre.

La sonrisa en la foto.

Debemos mucho de la manera en cómo nos miramos a la Fotografía, manera que ya es cliché, actitud únicamente para lo fotográfico. Nuestras historias se cuentan desde la foto de primera comunión, la boda, el bautismo, la graduación. Existe un detalle, sin embargo, que no ha sido advertido por la historia de la Fotografía: La aparición de la sonrisa en el retrato.

En qué momento este dispositivo se presenta y configura toda fotografía casera (la llamo así por su procedencia amateur). El imaginario lleva a preguntas que parecen más una broma que un cuestionamiento serio: ¿Quién fue el primero en pedir “diga güisqui”?

La Fotografía no sólo sobrevivió al tiempo, lo rebasó, y en el recuento de los hechos la sonrisa es ahora un condicionamiento operante; en otras palabras, un lugar común.

La risa condicionada a través de la tecnología.

Recientemente se lanzó una peculiar cámara fotográfica que invita a la reflexión; su cualidad es poseer dispositivos que detectan la presencia de los dientes del sujeto a retratar e inmediatamente lo enfoca y el disparo es automático. En términos comerciales esta cámara permite obtener la fotografía ideal, en el momento “perfecto” del estado de ánimo del retratado. Pero y ¿dónde quedó el fotógrafo?

John Berguer daría un alarido ante este fenómeno. Cuando en su texto Sobre las propiedades del retrato fotográfico afirma categóricamente que uno de los criterios para leer una imagen fotográfica debe ser el cuestionamiento sobre el acto consciente de la toma, concretándolo así: “He decidido que merece la pena registrar lo que estoy viendo”, o sea, juzgar la decisión y momento del disparo, evaluando el criterio del fotógrafo.


Profecías sobre tecnología y foto.

El tema que pongo sobre la mesa no desea confrontar a la Fotografía, el hombre y la máquina. Pero vale plantear que en el afán de complementar con presunta “facilidad de uso” los equipos fotográficos, se hace a un lado la voluntad humana sobre la circunstancia a registrar. La Fotografía no depende de la sonrisa, sino de la intención del fotógrafo.

Hacer y pensar la fotografía es un acto de responsabilidad tan importante como la sensibilidad que la misma requiere. Para tomar una foto bastan milésimas de segundo, hacer la Fotografía puede llevarnos toda la vida.

Aplaudo cada implementación en los equipos fotográficos que facilitan el quehacer humano, pero debemos darnos tiempo para reflexionar sobre las rutas que trazan este tipo de cámaras para la fotografía misma.

martes, 30 de septiembre de 2008

estética del voyeur.



LA ESTÉTICA DEL VOYEURÍSTA.
Por César Holm

- Lo que seduce, nunca suele estar donde se piensa…
Zoom.
Gustavo Cerati.

Lo primero que habría que cuestionarse es, si realmente existe la posibilidad de que el voyeurísta cuente con un parámetro estético, es decir, que exista una estética voyeurísta.
Para justificar tal postulado debo remitirme a algunos textos de Kant y así marcar una diferenciación entre 2 clases de belleza, la belleza libre (pulchritudo vaga) lo que es bello por su naturaleza y la belleza adherente (pulchritudo adhcerens) esta última es la que nos concierne ya que cuenta con una intención y concepto particular.
El voyeurísta es un gourmet de la mirada, encuentra el placer en lo que su contemplación alcanza, sus obsesiones siempre están a la distancia incorruptible del nicho de su objeto.
Este sibarita de la imagen establece sus propias reglas, sin transgredir más allá de la intimidad del otro, además de resguardar celosamente su anonimato.
Su historia está basada en la eterna dualidad sexo-placer, aunque se le ha encasillado al terreno carnal y satanizado por algunas instituciones como la iglesia, quien irónicamente, con su absurdo veto genera una sobrestimación del sexo como obsesión de lo prohibido, creando sin proponérselo el terreno perfecto para una de las industrias más poderosas hasta hoy en día, la señora pornografía.
Quien se jacte de ser voyeurísta podrá narrarnos como es que superó este bombardeo de pelos, pezones y nalgas con que somos violentados hoy en día desde el puesto de periódicos hasta la red, ya que el voyeurísta cuenta con un gusto refinado y un criterio para determinar qué es bello, lo que no lo es y porqué. Es aquí donde nace y se hace una estética, la estética del voyeurísta.
La fotografía cumple un papel fundamental para el reconocimiento y desarrollo de múltiples voyeurs, que sin darse cuenta van alcanzando la madurez necesaria para formar un gusto. Veámoslo así . La fotografía es en realidad, la materialización de esa discreta sociedad entre el fotógrafo y el espectador, ambos controlan y someten a sus tiempos y conceptos, a quien es fotografíado (observado), el fotógrafo (observador) sede su lugar a su socio (espectador) para que contemple por esa cerradura al objeto del deseo en común y lo haga con todo el tiempo del mundo.
Muchos han sido los gurús que con sus obras nos han abierto lo ojos, quitado la vergüenza y dado forma gráfica a nuestros sueños y fantasías, es el caso Étant données de Duchamp,
Esta pieza nos coloca justo en un punto donde podemos observar y suponer que no somos observados. Pero un ejemplo más contemporáneo me remite a Merry Alpern con Dirty Windows y su particular mirada de socióloga hace un reconocimiento al morbo como uno de los motores que nos llevan a hurgar desde el sótano del edificio donde vive y logra atisbar en las realidades y fantasías de un burdel clandestino frente a su departamento, pero claro que nosotros cubriremos ese morbo con nuestros intelectuales lentes para justificar esta rara fascinación y teorizarla con pretextos conceptuales.
Esta eterna complicidad se rige por un poder muy sutil, el de la mirada, la observación, el sometimiento a partir de la vigilancia, este poder pasivo y en muchas de las circunstancias hasta autorizado o permitido ha expuesto nuestra privacidad a través de cámaras en los bancos, edificios, hasta la privacidad de nuestra habitación con la adaptación de la web cam.
El menaje a trua que vive entre el fotógrafo, objeto de contemplación y espectador, son el vivo ejemplo de un amor eterno y este romance consiste en una sola cosa, la fijación sobre el cuerpo como objeto de contemplación, Ricardo Castillo lo plantea así: -¿de qué estamos hechos que tocarnos nos gusta tanto?, en el caso del voyeur, sería: ¿qué hay en ti?,Que mirarte me gusta tanto.
A estas alturas del partido y a estas alturas de este texto, no queda más que asumir y aceptarse como un voyeurísta de talante y en algunos casos, de talento, cuando tenemos la oportunidad de estar detrás de la cámara y controlar o manipular nuestras propias obsesiones, miedos y fascinaciones de quien fotografíamos y para quien hacemos foto

Trivialis: erotismo, pornografía y obscenidad en la mirada fotográfica
El autor del presente texto apunta que “la pornografía, como la vida, no tiene que ser una fatalidad” y plantea una lectura “pornogramática” que analice la imagen pornográfica bajo el registro del placer y el goce, que nos enfrente no a la visibilidad del deseo sino al deseo de visibilidad.
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FABIÁN GIMÉNEZ • DOCTOR EN FILOSOFÍA
Investigador del Cenidiap
fgimenezgatto@yahoo.com.mx

Un escritor –y yo entiendo por tal no al soporte de una función ni al sirviente de un arte, sino al sujeto de una práctica– debe tener la obcecación de un vigía que se encuentra en el entrecruzamiento de todos los demás discursos, en posición trivial con respecto a la pureza de las doctrinas (trivialis es el atributo etimológico de 
la prostituta que aguarda en la 
intersección de tres vías).
Roland Barthes

I
Erotismo, pornografía y obscenidad son tres posibles vías de acceso a la imagen fotográfica y a su relación con el cuerpo, el placer y el deseo. Las tres guardan, etimológicamente, una afortunada relación con la prostituta y su trivialidad; la intersección de estos tres regímenes de visibilidad configura el espacio de ciertas miradas fotográficas, miradas que producen no sólo imágenes del deseo sino, también, el deseo de imágenes. Podríamos decir, parafraseando a Godard, que nos enfrentamos, cuando la suerte nos sonríe, no a una imagen erótica sino al erotismo de una imagen. En este sentido, me gustaría continuar el gesto de Roland Barthes, proseguir el delirio etimológico unos instantes, recorrer cada una de estas tres vías, para encontrar en su intersección a la prostituta, no al vigía –el que ve y vigila–sino a ella, el objeto de la mirada, de todas las miradas.
El erotismo se vincula, principalmente, con la pulsión escópica, el deseo de ver nunca satisfecho del todo, el juego de la presencia y de la ausencia, de lo visible y de lo invisible. En cambio, en la pornografía opera una desaparición de la ausencia en la imagen: todo es visible, la imagen se ofrece, sin velos, a la voracidad de la mirada. Pornografía significaría entonces –si hemos de creer en la etimología– “escritos sobre las prostitutas”, una suerte de epíteto de grueso calibre que serviría para nombrar, no sin desprecio, aquellos textos que trazan los burdos contornos de una práctica sexual carente del glamour de lo erótico, de sus velos, elipsis y derivas. Ahora bien, la etimología de la palabra “prostituta” resulta bastante sugerente, parece provenir del latín prostituere, vocablo compuesto donde pro significa adelante y statuere significa estacionado, parado, colocado; entonces, prostituta sería quien se coloca adelante, a la vista (en la intersección de tres vías). La prostitución se vincularía, más que con el comercio sexual, con un régimen de signos fundados en una visibilidad exacerbada, la prostituta es aquella que se coloca frente a nuestras narices, quizá demasiado cerca para poder establecer una escena –la del voyeurista de la seducción y de la distancia–, siendo, en definitiva, obscena. Siguiendo con el tour etimológico, obsceno proviene del latín obscenus y significa de mal augurio. Tal vez este hado funesto tenga que ver con la crisis de la representación, con la clausura de la distancia escénica (ob-scena, significa, literalmente, lo que está fuera de escena), con la desaparición de la seducción y el abismamiento de la mirada en la obscenidad de las imágenes, demasiado cercanas siquiera para ser contempladas, como ha señalado Jean Baudrillard(1) en infinidad de oportunidades.
Lo obsceno produciría imágenes sin mirada, es decir, carentes de la distancia necesaria para convertirse en objetos de representación, en objetos de deseo. Paradójicamente, estas imágenes obscenas han entrado en el espacio escénico y transfigurado las reglas del juego estético; lo pornográfico sería un buen ejemplo de esta fractura, de esta crisis de la dimensión estética de la imagen y no es casual que Baudrillard vincule, por momentos, la seducción con la imagen erótica y la obscenidad con la imagen pornográfica. Asimismo, Roland Barthes –quien fuera uno de los más entrañables maestros de Baudrillard– señala algo similar en sus notas sobre la fotografía: “el cuerpo pornográfico, compacto, se muestra, no se da, no hay ninguna generosidad en él”;(2) es decir, la hipervisibilidad convierte al cuerpo en un monstruo sin deseo, la imagen no se nos entrega –en el sentido erótico de la expresión–, simplemente se nos muestra en una suerte de exhibicionismo monstruoso. No es raro que la palabra monstruo provenga del latín monstrum, aquel que se muestra, que no puede ocultarse de las miradas. De nuevo nos topamos con lo obsceno en términos de representación, el monstruo nos remite a unos signos excesivos, un zoom que hace del cuerpo un objeto demasiado visible, signos que Barthes asocia con un “erotismo pesado” –compacto e inmóvil– que deja poco espacio para la liviandad del deseo, su sutileza, su carácter evanescente que se dibuja sobre un fondo de ausencias, de fragmentos liberados de la aparatosidad de lo pornográfico.

II
Después de este breve recorrido etimológico, plagado de monstruos, prostitutas y malos augurios, podríamos estar tentados a condenar toda forma de textualidad pornográfica, exiliarla del espacio del erotismo fotográfico, recluirla en las páginas polvorientas de la literatura “erótica”, construir un maniqueísmo fácil donde los términos se opongan sin restos: un erotismo bueno y una pornografía mala. Más bien, creo que deberíamos hacer todo lo contrario. Un comienzo podría ser reivindicar el sentido radical de lo pornográfico, entenderlo en términos de una crisis de la representación fundada en la distancia escénica e inventar, de esta forma, una suerte de pornografía como prostitulogía, un neologismo grecolatino que serviría para nombrar una serie de prácticas textuales y análisis teóricos en torno a la visibilidad extrema de lo obsceno, aquello que, como una prostituta en el cruce de las tres vías, se coloca adelante, a la vista. Obscenidad afortunada, trivialidad de una erótica de la banalidad convertida en una analítica pornogramática. En lo pornográfico, el deseo ya no es lo que era, mutación escópica, de imágenes del deseo al deseo de imágenes.
Ahora bien, comencemos por ubicar la problematización de lo pornográfico en el marco más general de una crisis de la representación estética. Lo transestético es, para Baudrillard, un fenómeno vinculado con la desaparición de los límites del arte; en este sentido, expresiones como “arte pornográfico” o “pornografía artística” resultan sintomáticas, formas oximorónicas que parecen remitirnos a esta suerte de colusión transestética: la pornografía ya no demarca el límite del arte, su backstage, su parte trasera o su parte maldita, ya no constituye lo que podríamos llamar su dimensión de exterioridad. Deleuze solía decir que las cosas interesantes siempre suceden en el medio, a mitad de camino; podríamos pensar este pliegue, este “entre” arte y pornografía, como el espacio de la coquetería simmeliana,(3) la simultaneidad del sí y del no, la afirmación y la negación simultánea de ambos espacios, la fórmula de un intercambio imposible. Donna Haraway llamó “ironía posmoderna” a estas formas de coquetería, a esta posibilidad de lidiar con las contradicciones sin intentar superarlas en una síntesis dialéctica. Creo que algo similar sucede con esta tensión entre arte y pornografía; no esperemos superarla, aceptemos, con humor y seriedad –como nos recomienda Haraway–, “la tensión inherente a mantener juntas cosas incompatibles, consideradas necesarias y verdaderas”.(4)
Erotismo y pornografía como formas duales, antagónicas, en un duelo permanente, en un encadenamiento de las formas, más allá de la transgresión o de la superación dialéctica; en definitiva, tracemos un espacio agonístico donde el desafío no desaparezca en una especie de indiferenciación, de paz cultural o de pluralismo light. Es decir, después del pasaje de la ilusión a la desilusión estética, podríamos imaginar la posibilidad de una ilusión transestética, figuras de la reversibilidad, imágenes de una obscenidad seductora, de una seducción obscena. La ilusión transestética consistirá en desviar a las imágenes de su verdad y de su sentido, más allá de las metáforas eróticas y de la literalidad de lo pornográfico incursionar en el terreno de la metamorfosis, encontrar un tercer término –ni literal ni metafórico– que permita “hacer escapar al cuerpo de sí mismo” (Foucault dixit).
Más allá del principio del placer, el goce instaura nuevas modalidades pornogramáticas, nuevas fusiones del cuerpo y de la escritura,(5) para producir una suerte de enloquecimiento en la maquinaria pornográfica, entendida como un ensamblaje sintagmático de cuerpos y, en particular, de flujos y cortes de flujo. Podríamos imaginar una microfísica del deseo, desplegada a partir de una lógica del cuerpo fragmentado, una efervescencia del cuerpo, más allá de toda organicidad, de toda genitalidad estructurada a partir del modelo fálico de la penetración. La pornografía, como la vida, no tiene que ser una fatalidad. La idea es liberar al placer del principio del placer, convertir las imágenes de placer en imágenes de goce. Conocemos las imágenes de placer, se reiteran incansablemente en la cruda genitalidad del discurso pornográfico; las imágenes de goce, en cambio, conservan, en una cultura de la eyaculación precoz, el encanto de un enigma, desafían la legibilidad del sexo como signo. El placer de la imagen es aquello que se repite, como si nada; el goce de la imagen sería su valor disruptivo, en ella el cuerpo y el placer se pierden en una especie de afanisis erótica, de ilegibilidad del propio deseo, un espacio ciego que introduce un vacío en el cuerpo de la imagen, una pornografía imposible. A diferencia de la pornografía obvia, sería necesario pensar a la pornografía de otro modo, no desde su obviedad, más o menos descerebrada, sino desde cierto carácter obtuso, ilegible, a través del goce de la significancia, del sentido “en cuanto es producido sensualmente”;(6) es decir, recuperar al goce como horizonte utópico de la imagen erótica, representación del cuerpo en estado atópico, del deseo en estado volátil. Emulsiones y significaciones, finalmente, todo se reduce a eso. En este sentido, la valoración de las imágenes prostitulógicas no se establecería a partir de la oposición erotismo/pornografía, vinculada estrechamente con un paradigma de la profundidad del significado o de la representación entendida en función de la distancia escénica, sino a partir de sutiles diferencias significantes en términos de placer y de goce. La valoración tendría que ver, entonces, con efectos de superficie, con procesos de significación que recorren, como impulsos eléctricos, las zonas erógenas de la imagen fotográfica.

III
A partir de esta lectura pornogramática de la dimensión prostitulógica de la imagen erótica sería posible trazar, al menos, cuatro categorías de análisis que nos permitirán abordar nuevas formas de pornografía, coqueteos del arte con su “afuera”, con estas figuras vinculadas con la obscenidad que, gracias a las derivas producidas por lo transestético como fuerza centrípeta, se han convertido en un paradójico tropo al interior de la discursividad fotográfica. La idea es empezar a cartografiar el espacio de lo que llamaremos pornografía hipertélica: en un gesto excesivo, hipertélico, la pornografía excede su finalidad, transgrede sus propios límites y, en este movimiento, termina por penetrar el espacio artístico y operar un trastocamiento del mismo, una perversión de la distancia escénica a partir de un deseo exacerbado de visibilidad, de profundización de la mirada, que culmina en un despliegue operático de signos, una semiurgia erótica, un arte de la desaparición donde el sexo es sustituido por sus signos excesivos. Metapornografía, porno-apropiacionismo, contrapornografía y pornografía espectral, cuatro estrategias de representación pornogramática que se distinguen, por su novedad y complejidad, del viejo “in & out” de lo pornográfico, de la simple visión, más o menos ingenua e infantil, de escenas de sexo explícito. En esta dimensión hipertélica, el sexo no es explícito, es excéntrico. Un sexo descentrado, literalmente desenfocado. Exorbitantes, fuera de órbita, los signos del sexo alcanzan la velocidad de escape, se liberan de la fuerza gravitatoria de lo referencial, se tornan vacíos, flotan ingrávidos en un espacio de circulación pura, brillan en la superficie de la imagen fotográfica iluminados por el destello flotante del sentido.
Una primera línea de fuga se vincula con la metapornografía, un ejercicio metadiscursivo donde se escenifican, como si de un lenguaje objeto se tratara, las figuras más representativas de la retórica del hardcore. Los cuerpos recrean los códigos vacíos del discurso pornográfico: posturas, poses, gestos, son entrecomillados y puestos en escena, unos tableux vivants que potencian la afectación pornográfica, la artificialidad se hace visible, la pornografía es presentada como un sistema de signos fuertemente codificado. Nada resulta espontáneo, cada gesto de placer, cada caricia, cada acoplamiento, están perfectamente calculados, nada queda librado al azar en esta coreografía erótica. Los cuerpos recrean, una y otra vez, las acrobacias sexuales más extremas con la precisión de un cirujano. No existen ambigüedades en esta autorreferencialidad pornográfica, las imágenes fotográficas pueden organizarse temáticamente a partir de una suerte de compulsión clasificatoria (imposible de evitar para el ojo entrenado en estos placeres escópicos) que coincide con los subgéneros del porno. Sin embargo, esta repetición implica diferencia, las figuras retornan fuertemente estetizadas, en este caso, los performances sexuales más perversos, bizarros y extremos (estos adjetivos no son para nada despectivos sino todo lo contrario) adquieren la belleza casta y púdica de un desnudo clásico. Lo metapornográfico aleja, a partir de una estrategia analítica y estetizante, la inmediatez de la imagen pornográfica, la obscenidad es, paradójicamente, escenificada, no podemos dejar de leer su retórica mientras la contemplamos a distancia. El fotógrafo Tony Ward es, a mi gusto, uno de los más finos exponentes de este preciosismo pornográfico.
Por otra parte, el porno-apropiacionismo convertirá a la imagen pornográfica en un ready-made, del objeto sexual al objet trouvé no hay más que un paso. Es decir, la objetualización del cuerpo y del deseo se potencia en esta estrategia apropiacionista, la imaginería pornográfica se convierte en un objeto de consumo más que puede incorporarse, como un urinario o una lata de sopa Campbell´s, al espacio artístico. Porno-apropiacionismo que emparenta, sin mayores dificultades, a un erotismo pop y a un arte de consumo. Quizá lo pornográfico sea la expresión más pop del erotismo, la conversión más salvaje del sexo en imagen fetichizada; en este sentido, ciertas manifestaciones artísticas contemporáneas no han podido evitar la fascinación ejercida por las formas más extremas de mercantilización de lo sexual. A diferencia del gesto metapornográfico, el porno-apropiacionismo traficará con la imagen pornográfica al interior del espacio de la representación estética sin recurrir a ninguna estrategia hiperbólica, simplemente una operación de traslado donde el hardcore emigrará del circuito mediático, masivo, para entrar al espacio museístico para explotar, de esta forma, su extranjería, su exotismo, en una especie de sexploitation artística.
Dos ejemplos, la exhibiciones Prostitution (1976) del grupo COUM Transmissions(7) y Made in Heaven (1991) de Jeff Koons y de Ilona Staller (conocida como Cicciolina). Para la primera, la artista Cosey Fanni Tutti trabajó como modelo durante dos años en la industria del sexo. Sus fotografías, previamente publicadas en revistas para adultos, fueron exhibidas tal como aparecieron en las páginas de Park Lane, Fiesta, Playbirds y otras tantas publicaciones pornográficas de dudosa reputación en el Institute of Contemporary Arts de Londres. De esta forma, la imagen pornográfica irrumpía, sin coartadas estéticas ni adulteraciones, en el espacio museístico. Pornografía salvaje, las fotografías de Tutti convertida en modelo pornográfica hacían su entrada triunfal al mundo del arte; a partir de entonces, las relaciones entre arte y pornografía se volvieron cada vez más complejas. Quince años después, en Made in Heaven, la actriz porno Cicciolina le devolverá la visita a Cosey Fanni Tutti, recreando, junto con Jeff Koons, las escenas de sexo explícito que la hicieron famosa en películas triple X como, por ejemplo, The Rise of the Roman Empress (1987). Exaltation, una de las fotografías más polémicas de toda la exhibición, no hacía más que repetir, en el contexto artístico, el signo más distintivo del género pornográfico, un money shot que presentaba, con el encuadre característico de un film hardcore, el close-up de una eyaculación de Koons sobre el prístino rostro de Cicciolina. Jeff Koons e Ilona Staller elevaban, gracias a este gesto transestético, al cum shot a la categoría de ready-made. No creo que Duchamp pensara, cuando utilizó su semen en la pintura Paysage fautif (1946), que las cosas irían a llegar tan lejos.
Otro camino interesante en la problematización de lo obsceno se despliega a través de una estrategia contrapornográfica. El gesto apofántico (“esto no es pornografía”) funciona a partir de la apropiación e intervención de imágenes electrónicas, pornografía digital que, gracias a una serie de filtros, se torna prácticamente ilegible, irreconocible. Se instauran nuevos registros de representación del deseo, enfrentándose a la saturación de imágenes reconocibles –que desde su previsibilidad funcionan como el leitmotiv de la pornografía más tradicional–, las pornográficas imágenes electrónicas de Arturo Díaz Belmont, apropiadas de Internet y modificadas digitalmente, se apartan de la “normalidad pornográfica”; la multiplicidad de filtros, cortes, montajes, desorganiza la orgánica representación del cuerpo, las imágenes se tornan ilegibles, el sexo parece estar “fuera de foco”. Icónicamente incorrectas, se alejan de su finalidad inicial, pierden su carácter explícito, se abisman en una especie de repliegue de la discursividad prostitulógica, en un tránsito de la figuración porno a la abstracción erótica.
De lo explícito a lo implícito, las fotografías conservan la sugerencia de la forma, oculta tras los velos digitales. En una especie de striptease de signo contrario los cuerpos son recubiertos, encubiertos, arropados en una estética del ocultamiento opuesta al deseo de máxima visibilidad que recorre la representación pornogramática. Lo contrapornográfico ofrece una desestabilización de la figura, un emborronamiento de los signos del sexo, pasaje de la hipervisibilidad a la infravisibilidad, pornografía grado cero donde la obscena inmediatez del hardcore es interceptada, filtrada, oscurecida. Se opera un relevo al interior de la mirada fotográfica, del zoom al blur, de la transparencia a la opacidad, desnudez imposible donde el dispositivo erótico funciona a partir de velos que, en lugar de caer, no cesan de acumularse sobre la superficie de la imagen.
Una cuarta línea se vincula con lo que llamaré pornografía espectral, una estrategia de afanisis de lo erótico, de réquiem por el deseo escópico. Representaciones del sexo en estado de desaparición, donde la imagen fotográfica parece convertirse en el lugar privilegiado de la ausencia. Vacuidad del cuerpo, del sexo y del deseo, nuestra mirada se enfrenta a los signos de algo que ha desaparecido. Estas imágenes evocan la frustrante ausencia de corporalidad presente en lo fotográfico, de ahí su carácter espectral, fantasmagórico. Derrida comentará –a propósito del “efecto fantasmagórico” que Barthes asociaba con la fotografía– lo siguiente: “El espectro es en primer lugar lo visible. Pero es lo visible invisible, la visibilidad de un cuerpo que no está presente en carne y hueso. Se niega a la intuición a la cual se entrega, no es tangible.”(8) La pornografía espectral nos confronta con cuerpos imposibles de acariciar con la mirada, convertidos en fantasmas frente a nuestros ojos. Pasaje de la pequeña muerte a la muerte a secas, la sensualidad se desvanece en esta especie de necromancia erótica, de exhumación del cuerpo, de autopsia del deseo.
Si entendemos la significancia a la manera barthesiana, es decir, como un sentido que se desprende, sensualmente, de la imagen erótica, la pornografía espectral producirá un colapso del sentido erótico de la imagen, una crisis de la sensualidad del sentido, fantasmagoría de un cuerpo sin secretos, condenado a la desaparición. Por ejemplo, en las imágenes del artista belga Wim Delvoye el deseo de visibilidad no se detendrá en los límites de la piel, sus imágenes de rayos X convertirán el abrazo de los amantes en una danza mortuoria, cuerpos transparentes, esqueletos atravesados por la mirada, fantasmas. Lo mismo sucede en el arte médico, la visibilidad es llevada al paroxismo, los cuerpos se abren ante nuestra mirada, espiamos a través de una herida abierta como lo haría un voyeurista a través del ojo de la cerradura, pero, a diferencia del voyeur victoriano, preferimos colocar a la corporalidad bajo el microscopio, atravesarla con rayos X o captar su calor con infrarrojos. Paroxismo de la visibilidad espectral en el filme The operation (Jacob Pander y Marne Lucas, 1998), la primera película pornográfica realizada enteramente con cámaras infrarrojas, sustitución de la presencia del cuerpo –en carne y hueso– por su calor, creando, al decir de Jack Sargeant, “un tropo fantasmagórico basado en la respuesta bio-física del cuerpo a la estimulación.”(9) Estos “tropos fantasmagóricos” se convierten en las nuevas zonas erógenas de estos cuerpos espectrales, que empiezan a ser cartografiados por las formas más experimentales del discurso pornográfico entendido como prostitulogía, este deseo de visibilidad que lleva a la representación del cuerpo y sus placeres hasta sus límites.

IV
En La escritura y el deseo, de Alejandro Zenker, nos enfrentamos no a la visibilidad del deseo sino al deseo de visibilidad, quizás ahí radique parte de la fascinación ejercida por estas imágenes. Lo que está en juego es la visibilidad del deseo y de la escritura, convertidos en un conjunto de signos dados a la mirada; en este sentido, las fotografías de la serie funcionan a partir de lo que podríamos llamar una retórica pornogramática. El cuerpo opera como signo al interior de una combinatoria sintagmática, la unidad mínima de estas discursividades eróticas es el pornograma, la fusión del cuerpo y la escritura en el espacio de la imagen. Ahora bien, esta dimensión significante de la imagen fotográfica nos conduce a una metamorfosis de la mirada, una suerte de perversión del deseo escópico (ya, de por sí, perverso), mutación semiológica donde la mirada pornográfica se transforma en lectura pornogramática.
Uno escribe con su cuerpo –solía decir Roland Barthes– y Alejandro Zenker llevará esta afirmación al terreno de la imagen, el cuerpo del escritor hecho visible gracias al mágico click de la cámara fotográfica. La escritura se materializa, la corporalidad del escritor entra en escena, su deseo (quizás el deseo de escribir) se espejea en el cuerpo desnudo de la modelo que lo acompaña. Leda es su contrapunto, la desnudez silenciosa que acompaña esa otra desnudez, la de las palabras. Imágenes que desterritorializan el espacio de la literatura, pasaje del corpus literario a la corporalidad del escritor, el fin parecería didáctico: aprecien, estimados lectores, el cuerpo del que escribe, sepan que la materialidad significante del texto proviene de esta otra materialidad, corporalidad que produce escritura y que, ahora, es reescrita con luz, foto-grafiada.
Reversión escópica en el entrecruzamiento del cuerpo, la escritura y el deseo, intercambio simbólico donde el escritor –pornógrafo y vigía– se convierte en prostituta –en objeto de la mirada–, Alejando Zenker lo coloca adelante, a la vista, frente al objetivo fotográfico; esta sería, a mi parecer, la dimensión prostitulógica de la serie La escritura y el deseo, un juego de visibilidad que traza sobre la superficie fotográfica el acto de escribir, vinculándolo con lo que Roland Barthes llamaba “una práctica corporal de goce”.(10) El placer se dice, no así el goce. Estas fotografías abordan, creo yo, lo indecible de la escritura como práctica corporal de goce y esto, a través de otra escritura, el lenguaje fotográfico de Alejandro Zenker, que intenta reflejar, con imágenes, lo indecible del goce de escribir, esto es, el propio cuerpo del que escribe. De la in-scripción/escritura a la de-scripicion/imagen, la corporalidad se convierte en signo al interior del espacio fotográfico. La fotografía conecta, en una especie de menage a trois, tres cuerpos, el del escritor, el de la modelo y el del fotógrafo, un threesome del que se desprende un tercer sentido, un gesto compartido en el cruce de las tres vías (trivialis), donde la interlocución erótica se transforma en una imagen que penetra el espacio indecible del deseo de escribir, o bien, de escribir el deseo.
Este breve recorrido por algunas estrategias de problematización pornogramática intenta trazar ciertas coordenadas para el análisis de un territorio que, por su complejidad, no termina de adquirir la visibilidad que se merece; las formas extremas de la mirada pueden, aunque suene paradójico, pasar inadvertidas, tornarse invisibles, perderse como lágrimas en la lluvia. En este sentido, me parece interesante jugar con la idea del deseo como la dimensión de lo irrepresentable en la imagen fotográfica, desempolvar la vieja categoría de lo sublime y ponerla a funcionar bajo el registro del placer y del goce, ya que, como afirmó el fotógrafo francés Hervé Guibert, “la imagen es la esencia del deseo y si desexualizas la imagen, la reduces a la teoría”,(11) desear a estas imágenes más que teorizar sobre ellas, quizás, en un afortunado giro de tuercas, ellas terminen devolviéndonos el favor.

Notas 

1. “Está claro que escena y obscena no tienen la misma etimología, pero la aproximación es tentadora, pues, desde el momento en que existe escena, existe mirada y distancia, juego y alteridad. [...] Por el contrario, cuando se está en la obscenidad, ya no hay escena ni juego, la distancia de la mirada se borra.” Jean Baudrillard, Contraseñas, Barcelona, Anagrama, 2002, p. 35.
2. Roland Barthes, La cámara lúcida, Barcelona, Paidós, 1997, p. 111.
3. Georg Simmel, Sobre la aventura, Barcelona, Península, 2002, pp. 139 y sigs.
4. Donna Haraway, Ciencia, cyborgs y mujeres, Madrid, Cátedra, 1995, p. 253.
5. Roland Barthes, Sade, Fourier, Loyola, Madrid, Cátedra, 1997, p. 182.
6. Roland Barthes, El placer del texto, México, Siglo XXI, 1995, p. 100.
7. Cosey Fanni Tutti y Genesis P. Orridge fueron sus miembros fundadores.
8. Jaques Derrida, Ecografías de la televisión, Buenos Aires, Eudeba, 1998, p. 145.
9. Jack Sargeant, “Hot Zones – The Operation”, en Suture. The Arts Journal, vol. I, Londres, Creation Books, 1998, p. 55.
10. Roland Barthes, Variaciones sobre la escritura, Barcelona, Paidós, 2002, p. 158.
11. Hervé Guibert, Ghost Image, Los Ángeles, Green Integer, 1998, p. 96.

sábado, 23 de agosto de 2008

Ricas Botanas...

Esta foto la tomé en Zacatecas...